El laboratorio transformista de Vilma Bartolomé
(A propósito del Proyecto Malecón)
Después de la experiencia excepcional que Vilma Bartolomé y su equipo tuvieron con un destacado grupo de artistas cubanos en su proyecto «Mover las cosas», realizado en el lejano reparto de Alamar durante la VIII Bienal de La Habana era presumible y casi obligado que una concepción de tanta trascendencia cultural y social tuviera una continuidad y un desarrollo en el espacio y el tiempo y que explorara diferentes líneas de trabajo y diferentes contextos manteniendo su carácter interdisciplinario inicial y también el diálogo entre Arquitectura y Arte, sin limitaciones caducas que hacen sagrada la inoperancia.
El desarrollo de aquel primer proyecto de Alamar tomó forma en una primera serie sobre el Malecón habanero y se consolidó en sucesivas transformaciones más recientes que llevan por nombre «Espacios compartidos». Estos proyectos posteriores mantienen expresamente, necesariamente, los principios iniciales de diálogo entre Arquitectura y Arte hasta superar en ocasiones sus voluntarias barreras, y también asumen el carácter interdisciplinario del equipo que lo había iniciado desde diferentes ópticas de desarrollo autocrítico.
No obstante, a diferencia del proyecto fundacional, estos nuevos proyectos abordan otras dimensiones del discurso artístico, la construcción/edificación y el medio/espacio inéditas en Alamar. En este sentido, en Alamar el trabajo en general se enfocaba en la Arquitectura y el Diseño interior a partir de unos elementos previos a transformar y en diálogo abierto con los verdaderos inquilinos de aquella barriada de clase obrera, que no podían permitirse ni soñar por múltiples razones que no son del caso un cambio semejante en sus viviendas, aun con pocas garantías de que la transformación de cada vivienda respondiera tanto a sus verdaderas necesidades como a sus gustos y presuntos sueños, aunque con una confianza ciega hacia el equipo, muy visible en aquellos que asumieron el riesgo de transformar su espacio cotidiano y privado desde fuera, aceptaron su invasión y convinieron su propio término.
Sin embargo, ahora, con mayor independencia aun si cabe, pero sin el contacto directo con las necesidades domésticas con rostro, aunque sí sociales y de contexto, la labor de este equipo se acerca más a un trabajo sin garantías de ejecución real, a un trabajo de laboratorio no ajeno a la realidad social, económica y urbana de La Habana, sin limitaciones creativas también y que linda con las necesidades propias que tiene este colectivo que dirige Vilma, de desarrollar cuantas posibilidades pueda ofrecerle su propio discurso de transformación, en proceso y desenvolvimiento, de investigación permanente sobre las diferentes variables en juego.
Este diálogo con las obras de los artistas elegidos para cada ocasión no está sujeto a ningún protocolo general y depende tanto o más del propio espacio intervenido, construido o baldío, como de la interpretación abierta a la que exponen las obras de arte de referencia. A propósito, ese diálogo a veces se disuelve, a veces se subraya y a veces se confunde, según las necesidades de expresión como funcionales de la construcción y el conjunto.
No se trata de un diálogo paritario sino de un diálogo libre, incondicional, abierto como ya he señalado, que se interrumpe y se soslaya, que se asume y abandona, que fluctúa como un auténtico diálogo de confianza lleno de imprevistos, silencios y secretos y donde la Arquitectura se impone necesariamente tanto en la reanudación de ese diálogo como en la significación y función expresa de sus soportes.
No es el del Arte, como pudiera pensarse o deducirse superficialmente, un papel servil en esta dialéctica de complicidades sino, muy al contrario, supone la mayoría de las veces el leitmotiv, el referente, el concepto fundacional que refuerza el sentido de la construcción y las funciones que la conforman, de donde derivan tanto su lugar como su no-lugar, sus necesidades como sus azares.
Más que responder y dialogar con el contexto urbano, muchas veces ruinoso, otras veces en gerundio, en presente perpetuo, que también consideran, este laboratorio de Vilma Bartolomé y su equipo enfrenta su discurso desde su actualización, desde su propia dimensión de Arte, que ya implica el contexto de cada artista, y cuyos resultados generalmente provocan reacciones antagónicas, contradictorias, múltiples, como las propias disciplinas que se ponen en juego en este ordenado y riguroso «ajiaco».
Además, este carácter ecléctico y mestizo y la absorción del contexto, más allá de lo aparente, consolidan el carácter dialógico, más allá de lo experimental, de su discurso colectivo, transformista, funcional y poético, social en definitiva, que tiene su fundamento en las condiciones y necesidades actuales del país donde se inicia e inspira.
Sin duda, la nueva conexión madrileña, antesala de su presentación en Venecia y presumiblemente en Canarias, abrirá nuevas perspectivas más allá de la insularidad, más allá del laboratorio, pero desde esos diálogos irrenunciables que singularizan esta experiencia de Arte.
Platja d’Aro, junio de 2006
*Antonio Zaya nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1954 y murió en septiembre de 2007. Considerado uno de los mayores expertos en arte contemporáneo, especialista en la producción artística de África y América Latina. Codirector de la revista Atlántica del Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM). Con Cuba tuvo un intenso acercamiento profesional y espiritual. Organizó varias exposiciones y colaboró intensamente con la Bienal de Arte de La Habana. Fue reconocido en Cuba con la Distinción por la Cultura Nacional en 2003.